DEVOLUCION: Carlos Riviere, técnico de Piscicultura.
La práctica no garantiza la preservación de la especie.
Existe la creencia entre los pescadores tucumanos y del resto del país que la devolución del pejerrey al agua, sea chico o grande, preserva la especie. Nada más lejos de la realidad. Se trata de una especie delicada que contrasta con la robusticidad de otras, como el dorado, la tararira o el bagre, cuyos ciclos de vida se completan sin muchas dificultades.
En el caso de las “flechas de plata”, el “cañazo” implica de por sí el primer daño. Al animal se le estira el espinazo y luego, al manipularlo, el descame abre la posibilidad de que por esa lesión (en los humanos equivaldría a un raspón) ingresen parásitos y hongos.
El tercer hecho traumático para el pez es el cambio brusco de atmósfera, ya que pasa violentamente de un medio acuoso al aire. Esto lo condena a la muerte.
En todos los casos, el pejerrey muere a las horas o días posteriores. Basta ver en las jornadas de piques cómo algunos ejemplares pasan flotando o se desplazan con dificultades cerca de los botes para comprobar esta realidad. Esos pejerreyes son presas del biguá o “chumuco” , cuando este u otros predadores se zambullen en busca de comida. Es decir que las aves o los piscívoros de otras especies que conviven con el pejerrey en el lugar terminan el ciclo depredador que comenzó el hombre sin saberlo, o intencionalmente.
¿Cómo evitar esta situación? La pesca del pejerrey tiene que ser sencilla y prolija. Cuando las capturas son chicas hay que guardar el ejemplar y tentar a los de mayor tamaño con anzuelos y carnadas más grandes, y en otras profundidades. Si la situación no varía, se debe cambiar de lugar.
Una vez realizada la captura, lo apropiado no es quebrarle el cogote al pejerrey. “La muerte tiene que ser súbita. Es decir, con un golpe seco entre el cogote y la cabeza. Se puede usar el cabo de un cuchillo o un palito de escoba”, explicó Carlos Riviere, técnico de Piscicultura.
La práctica no garantiza la preservación de la especie.
Existe la creencia entre los pescadores tucumanos y del resto del país que la devolución del pejerrey al agua, sea chico o grande, preserva la especie. Nada más lejos de la realidad. Se trata de una especie delicada que contrasta con la robusticidad de otras, como el dorado, la tararira o el bagre, cuyos ciclos de vida se completan sin muchas dificultades.
En el caso de las “flechas de plata”, el “cañazo” implica de por sí el primer daño. Al animal se le estira el espinazo y luego, al manipularlo, el descame abre la posibilidad de que por esa lesión (en los humanos equivaldría a un raspón) ingresen parásitos y hongos.
El tercer hecho traumático para el pez es el cambio brusco de atmósfera, ya que pasa violentamente de un medio acuoso al aire. Esto lo condena a la muerte.
En todos los casos, el pejerrey muere a las horas o días posteriores. Basta ver en las jornadas de piques cómo algunos ejemplares pasan flotando o se desplazan con dificultades cerca de los botes para comprobar esta realidad. Esos pejerreyes son presas del biguá o “chumuco” , cuando este u otros predadores se zambullen en busca de comida. Es decir que las aves o los piscívoros de otras especies que conviven con el pejerrey en el lugar terminan el ciclo depredador que comenzó el hombre sin saberlo, o intencionalmente.
¿Cómo evitar esta situación? La pesca del pejerrey tiene que ser sencilla y prolija. Cuando las capturas son chicas hay que guardar el ejemplar y tentar a los de mayor tamaño con anzuelos y carnadas más grandes, y en otras profundidades. Si la situación no varía, se debe cambiar de lugar.
Una vez realizada la captura, lo apropiado no es quebrarle el cogote al pejerrey. “La muerte tiene que ser súbita. Es decir, con un golpe seco entre el cogote y la cabeza. Se puede usar el cabo de un cuchillo o un palito de escoba”, explicó Carlos Riviere, técnico de Piscicultura.
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