18/8/14

“Las milanesas del Tachero”


“Las milanesas del Tachero”
Cuando yo tenía unos 15 o 16 años, allá por 1965, vivía en Turdera. Cerca de mi casa vivía Don Gabriel Oliver, había sido tapicero de automotor y estaba jubilado. Había venido de muy joven de las Islas Canarias y siempre le había gustado pescar. Su hijo y su hija tenían sus propias familias y estaban ocupados. Por eso siempre me invitaba a pescar con él.

Mi padre rara vez me llevaba a pescar, era todo un triunfo que me llevara a algún lado, por eso, yo siempre llevé a mis chicos a pescar. Mi hijo preferido, Máximo (25años), también es un loco por la pesca y las actividades al aire libre, Hasta mi hija preferida, Melisa (27años), es una eximia pescadora, pesca de todo en todas partes, desde mojarras, cangrejos hasta dorados y corvinas. Me alegra haberlos introducido en una actividad que de alguna manera contribuye a mantener a los jóvenes ocupados y lejos de tantos peligros y adicciones que hoy existen.
Solamente tengo dos hijos….por eso lo de “preferido” y “preferida”.
Con Don Gabriel íbamos a Monte a pescar pejerrey de noche, antes pasábamos por los piletones de Ezeiza y colábamos camarones y mojarritas para carnada. Salíamos en su Renault Dauphine blanquito, nunca tuvimos problemas mecánicos, era un fenómeno el autito. Cargábamos todo adelante, el motor, como muchos de ustedes saben, estaba atrás. Metíamos las cañas, (eran cañas de caña, no como las de ahora), los reeles y algo para comer y tomar, y aunque era verano, la ropa de abrigo por las dudas hiciera frío. Siempre salíamos contentos como perro con dos colas.
Un día Don Gabriel me dijo que íbamos a ir a pescar corvinas negras a General Lavalle. Me sonó como un programa excepcional. Yo no tenía ni idea de donde estaba este lugar ni había pescado corvinas negras. Corvinas normales había pescado en Mar del Plata, pero corvinas negras nunca. Yo tengo un libro de pesca escrito por Juan Martín de Yaniz, llamado MANUAL DE PESCA, La Pesca Deportiva. En realidad, no lo tengo más, al menos el que yo tenía en ese momento. Lo donó mi mamá al colegio. Con el tiempo le compré otro ejemplar a mi hijo que todavía conservamos en la familia.
Yo siempre leía y releía ese libro, me entretenía horas tratando de aprender a hacer las líneas para cada especie, hasta los nombres científicos se me pegaron de tanto leerlos. La corvina negra es la POGONIAS CROMIS, en inglés se llama BLACK DRUM (Tambor Negro). Recuerden ese nombre porque tiene que ver con lo que viene después.
El día de la salida llegó y conocí al que nos llevaría a General Lavalle, el tachero. Tenía un Chevrolet 400 amarillo y negro (naturalmente) que era muuuuy grande respecto del Dauphin y del Fiat 600 de mi viejo. Metimos todo, atamos las cañas en el portaequipaje y salimos muy temprano, de madrugada, “para empezar a pescar cuanto antes”, dijo Don Gabriel.
Finalmente llegamos al Puerto de General Lavalle donde nos esperaba una lancha vieja que nos cruzó al otro lado de la Ría de General Lavalle. No podríamos haber vuelto al Puerto caminando porque estábamos del otro lado, pero aún si hubiésemos estado del mismo lado nos habrían morfado los cangrejos. Las costas de la ría se ven interrumpidas por cangrejales que se mueven continuamente dando la impresión que el barro tiene vida propia. Mi abuela me contaba que a veces se caía un jinete del caballo y los cangrejos se los comían a los dos. Ella siempre iba a Mar de Ajó y era maestra, de algún lado habría sacado esa anécdota tenebrosa. Me daba mucho miedo la idea de que alguien pudiera ser comido vivo por cangrejos.
Nos llevó hasta un lugar que ellos llamaban Las Parvas, ahí bajamos y pusimos las cosas que traíamos sobre una lona que llevaba el tachero. Esa iba a ser la carpa que usaríamos como protección de la lluvia y meteoros semejantes. La lona era corta como descubrimos prontamente, si te tapabas las patas, te quedaba la cabeza afuera, y viceversa.
No le dimos mucha importancia a ese detalle, estábamos muy entusiasmados con la idea de pescar corvinas negras! Nos pusimos a pescar cangrejos con un pedazo de carne y una piola, sacamos un montón, era cuestión de dejar la carne un rato en el agua y después sacarla despacito para que no se desprendieran los cangrejos que se habían prendido con alma y vida a la carne.
Al anzuelo le poníamos el cangrejo sin las patas, un garra de águila de proporciones desmesuradas según mi punto de vista. Esperamos un rato y cayó la primera corvina, no era muy grande, tendría unos 3 o 4 kilos. Durante todo el día pescamos corvinas de distintos tamaños, alguna grandotas, 7 u 8 kilos, y otras chiquitas de 1 a 2 kilos. Se armó una sana competencia para ver quién era el mejor pescador, el que sacaba más corvinas y el que sacaba las más grandes. Nos divertimos como locos.
Entre medio de tanta corvina fuimos masticando lo que habíamos llevado para comer. Yo terminé las provisiones que tenía a la tarde de ese primer día. Había calculado mal. Claro, mis excursiones de pesca duraban siempre una noche y un día, no dos ni tampoco tres. Hay que tener en cuenta que yo dependía enteramente de los cálculos de mis padres para mis necesidades, y en esa ocasión se me ocurrió decirle a mi vieja que no se preocupara que yo “iba a ocuparme de todo”.
El MINUTO FATAL….. Así fue como aprendí lo que era el HAMBRE!
(Al menos para mí, un pibe que siempre había tenido satisfecha esa necesidad de la vida normal. Nada que ver con lo que sucede en países lejanos y en el nuestro también aunque no lo veamos todos los días en la cómoda vida citadina).
Mis compañeros se dieron cuenta de que yo estaba corriendo la coneja y me ofrecieron comida. Yo, orgulloso y medio nabo como era un chico de esa edad, les agradecí y les dije que me arreglaba con lo mío que no se preocuparan que de todos modos no tenía hambre por el calor, etc.
Llegó la noche, nos fuimos a dormir a la “carpa”. El rocío te mojaba la cabeza o las patas como dije antes. Yo tenía bastante hambrita, me había terminado hasta los caramelitos y galletitas que había llevado. Yo no podía dormir, sentía un fuerte olorcito a ajo que se colaba por entre el equipaje del tachero. Don Gabriel roncaba como si no hubiera dormido nunca, el tachero lo acompañaba en un concierto en ronquido be mol que era para alquilar balcones. Yo había visto como el tachero se comía unas milanesas impresionantes, de un tamaño descomunal.
Con ese aroma tan atrayente…. no pude más… era ya tarde ya casi de madrugada y decidí atacar las reservas del tachero, vi que tenía unas cuantas y estaba tan nervioso de que me viera robándole la comida que me tragué tres milanesas de un saque…sin tomar nada para bajarlas, era como comerse un pan dulce boca abajo, no podía bajarlasssss, me costó un triunfo volver a respirar después de mi hazaña.
Por fin había comido, ya me sentía mejor. En esos momentos pos deglutorios forzados oigo un tambor a la distancia, me parecía raro oír un tambor en el medio de la nada, pero cada vez era más fuerte. Tal fue el ruido que se oía que mis compañeros despertaron asustados, creían que era una tormenta que se acercaba. Yo no tenía idea de que podía ser.
Después de un rato nos dimos cuenta de que se trataba de un sonido como de terremoto, algo que venía desde abajo, no del cielo ni del campo a nuestro alrededor. Eran corvinas que entraban a la ría a comer cangrejos y a reproducirse o algo así. Nos miramos asombrados y muy contentos de poder experimentar un evento tan raro, realmente increíble. Eso duró un rato largo, aprovechamos para pescar algunas corvinas más y pronto empezó a salir el sol. Afortunadamente, el tiempo nos acompañó perfectamente, un día excepcional….
A las 10 de la mañana llegó la lancha y nos trepamos a ella rápidamente. Llegamos al Puerto y salimos para Turdera. Yo ya tenía hambre otra vez, pero el tachero estaba despierto y me miraba por el retrovisor, como sospechando que yo le había comido su reserva milanésica, tal vez lo notó cuando se despertó y abrió su bolso. El viaje fue interminable, mucho calor, hambre y cansancio ya que no había pegado un ojo la noche anterior. Las corvinas estaban en el baúl del Chivo, 40 ºC en la ruta 2, la vieja Ruta 2, era un horna a microondas, el olor que salía del baúl y se colaba por detrás del asiento en que yo estaba sentado era insoportable. Hambre y asco simultáneamente, era lo que sufrí durante esas horas en el viaje de regreso.
Finalmente llegamos a Turdera, nos despedimos rápidamente y yo salí despedido como chicotazo hacia la Rotisería SAMI que estaba en la Estación de Turdera, creo que todavía existe, hablé con el dueño, un pelado con peluca coloradita, le compré un pollo rostizado y volví a casa comiéndolo por la calle, qué felicidad, todo para mí solo, mientras recordaba la cara del tachero que me miraba por el espejo.
Se habrá dado cuenta y no me dijo nada? No lo sé, nunca nadie me dijo nada al respecto, pero que pasé hambre, al menos por un rato largo, pasé hambre. De ahí en más le puse mucha más atención a lo que llevaba para mí que lo que llevaba para carnada.
AUTOR: DICK KELLER

1 comentario:

orlando dijo...

quien en su afan de pescar no llevo la suficiente comida y tuvo que comerse las ranas o la falda (grano de pecho) q llevaba para encarnar,jaja